23.11.09

Ave FéLix

Y hoy me pongo una sonrisa, queda, aguerrida.

Por fin muere noviembre. Y poco más.

Sin mucho tiempo para vivir de cuentos.


Aprovecho este vacío para llenarlo con un corto que muy acertadamente me recomendó alguien una vez. Alguien a quien adoro.



Es el proyecto final de un estudiante de Animación. Una historia sencilla y entrañable, de las que sacuden interrogantes y puntos suspensivos.

4.11.09

ANALepsis...

Hoy, en uno de estos días nostálgicos de otoño (aunque por temperatura no lo sean demasiado) me ha venido a mi distraída cabecita aquellos tiempos en los que navegábamos por alta mar… Y es que es sorprendente cómo los recuerdos afloran a veces, pues aparecen de forma imprevisible y algo se remueve por dentro. Y mira que la vida de pirata no era fácil, pero con el paso de mis otras vidas se me antoja ahora distinta. Tan siquiera era un gran capitán, ni tampoco tenía un loro o un mono propio. Llegué al bergantín como un/a humilde grumete y morí muy joven, demasiado. No digo “un/a” por la maldita corrección política de los cojones, sino porque no recuerdo si en aquella vida era hombre o mujer, sin más.

Hoy, encerrada entre estas cuatro paredes para ganarme el pan, como dicen, añoro esos días impredecibles en “La caterva”: las correrías por el navío, izar las velas, las noches de ron, los dados y las cartas y las apuestas, los barriles ajados, las hamacas, los botines, los arduos días de trabajo; ya sea levando anclas o limpiando pescado. Respirar el aire malsano después de un fiero enfrentamiento con alguna carabela extranjera, porque para la tripulación de “La caterva” toda embarcación con la bandera de eso que llaman “nación” en el asta era “extranjera”, y era motivo de saña y de desprecio. También añoro la dentadura mellada de El Primo, las encarnizadas peleas entre El Trillado y Valerio a las que ya nos tenían acostumbrados, la mar picada, las blasfemias del Capitán Calvacho cuando perdía el ojo de cristal en el plato, los krakens con halitosis, los trueques, el viento azotándome la cara y hasta los vómitos con tropezones. En fin, todos los topicazos que todo buen pirata debe recordar.


Y ahora, aquí, estoy a la espera. A la espera de un velero que me lleve de vuelta a un mundo de cuento, donde no existan horarios de oficina ni cepillos de dientes de esos que por más que los desechas siempre vuelven a aparecer. Necesito ese velero, aunque sea de papel.

Fotografía: Erik Johansson